Nuestra querida y admirable alumna de 2º de Bachillerato Yolanda ha conseguido el primer premio del concurso literario de Relato Corto del Ayuntamiento del Rosario con su escrito «Distancias insalvables».
Yolanda continua así la senda abierta el pasado curso escolar por su compañera Beatriz Marín que en la edición anterior obtuvo el segundo premio en la misma categoría.
Asimismo cabe destacar que Yolanda cuando cursaba 3º de la ESO obtuvo el primer premio del concurso de Microrelatos del Ayuntamiento de Los Realejos.
A continuación Yolanda desea que la comunidad de Casa Azul disfrute con la exposición de su premiado relato.
Distancias insalvables
Para bien o para mal, la distancia siempre ha existido. Todas las civilizaciones se han enfrentado a ella en sus viajes y conquistas, queriendo llegar más y más lejos, sin fronteras, sin obstáculos. Tal vez para muchos sea algo bueno, algo para alejarles de sus más terribles miedos y enemigos. Para mí, en cambio, es mucho más complicado… pero no es mi historia la que voy a relatar, sino la de un poderoso emperador cuya ambición lo llevo a la locura y a la destrucción de dos grandes pueblos.
Hace muchos siglos, en un remoto lugar aislado del resto del mundo vivía un niño llamado Marcus con su familia. Formaban parte de una pequeña aldea en la que todos se ayudaban a pesar de la falta de recursos. Solo tenían un par de animales con los que comerciar y una escasa cosecha que a penas podía alimentarles, pero era suficiente para ellos. No aspiraban a más en cualquier caso, solo querían seguir adelante con sus sencillas y tranquilas vidas. Sus jóvenes se casaban en las aldeas vecinas y, de vez en cuando, algún viajero despistado se unía a ellos a cambio de un plato caliente. Mantenían una armonía y felicidad de forma tan simple…
Las cosas empezaron a cambiar tras el invierno. Habían sobrevivido a los anteriores, pero nunca habían vivido uno como ese. Las ramas de los árboles se habían congelado completamente creando hermosas y siniestras figuras de cristal helado, las cosechas se habían perdido por completo, llevando el hambre a la aldea; el gélido viento soplaba con fuerza sobre sus humildes hogares y los animales no durarían mucho más, pronto se verían obligados a sacrificarlos por comida y abrigo, dejándoles sin nada. La situación era desesperada y los mayores estaban muy cansados para seguir adelante. Algunos de los más jóvenes se rodearon de mantas y salieron a buscar ayuda en las aldeas vecinas, pero regresaron con las manos llenas de decepción.
Todavía quedaba más de la mitad del invierno y empezaron a morir aldeanos. La hermana pequeña de Marcus enfermó, dejando una gran preocupación en su interior. No podía ver así a su familia y decidió volver a intentar pedir ayuda. Tardó un par de horas en llegar a la aldea más cercana y descubrió que su situación era la misma. El jefe le dijo que no se molestara en seguir adelante, que nadie podía ayudarles, el invierno había ganado. Marcus se negaba a rendirse, pero parecía que todos habían sucumbido al frío.
En el camino de vuelta a su aldea, se perdió entre la ventisca y el bosque. Siguió caminando a ciegas por la nieve hasta derrumbarse por el esfuerzo. Parecía que la batalla estaba perdida, pero antes de cerrar los ojos vislumbró algo rojo que asomaba por encima del suelo nevado. Se acercó a rastras a ver de qué se trataba y descubrió ante él un gran arbusto lleno de bayas. En su mente apareció la imagen de su hermana, tan pálida y débil como en el momento que partió, y se aventuró a probar uno de los extraños frutos. En un primer instante temió que fuera venenoso y sintió el impulso de sacarlo de su boca, pero unos segundos más tarde empezó a invadirle una cálida explosión de sensaciones y energía, que le animaron a levantarse y seguir comiendo.
En cuanto recuperó las fuerzas por completo, llenó un gran saco de bayas y trató de encontrar el camino a su aldea. No le costó demasiado en cuanto se despejó el ambiente. Sin embargo, no le recibieron como se esperaba. La mayor parte de su familia estaba en cama y sus amigos más cercanos llevaban días desaparecidos. Se detuvo un segundo a lamentarse, pero sin más tiempo que perder empezó a repartir las bayas entre todas las familias de la aldea. En un par de días estaban mucho más recuperados salvo un par de ellos, que no lo superaron. Al observar el gran efecto de las bayas Marcus reunió a un grupo de jóvenes para recolectar más sacos y repartirlos entre las demás aldeas. Se convirtió en un héroe, en un salvador.
Desde ese día la fama de Marcus fue creciendo entre las aldeas hasta que se unieron bajo un solo liderazgo. La leyenda del único joven que se había enfrentado al invierno y había ganado la batalla se extendió por todo el territorio, atrayendo cada vez más y más personas a lo largo de los años hasta formar el pequeño reino gobernado por El Frío.
él nunca se consideró a sí mismo como a un rey, era como un miembro más de la comunidad, un miembro fuerte y con capacidad de liderazgo que solo quería el bien de su pueblo. Sabía que la gente le respetaba y le seguiría hasta el fin del mundo si él se lo pedía. Muchas noches, mientras descansaba contemplando las estrellas, se sentía abrumado por tanta responsabilidad. No podía permitirse cometer ningún error y esa idea le atormentaba. A todos les parecía que había descubierto algo muy grande, pero él nunca lo vio como nada extraordinario y pensaba que debía hacer más para merecer tanta admiración.
En una de sus tormentosas noches recordó aquel duro invierno de su infancia en el que salvó a su aldea y se planteó si otros pueblos tendrían las dificultades que ellos tuvieron. En ese momento nació algo muy grande en las entrañas de su mente, como un rayo de luz que se extiende rápidamente a lo largo de la oscuridad. Se levantó de inmediato y convocó a sus más fieles compañeros:
-Amigos, hoy quiero proponeros algo. ¿Por qué no compartir nuestros preciados frutos con el resto del mundo? Son fuertes, sobrevivirían al viaje y se extienden con gran rapidez. Quién sabe, tal vez también puedan salvar vidas este invierno…-pronunció con la mirada apagada, pero la cabeza alta, mirando al frente con firmeza.
-Marcus -le respondió uno de los presentes-, ¿por qué ahora, después de tantos años? Sería un viaje muy largo y tortuoso y ni siquiera sabemos dónde están aquellos a los que ayudar.
-Verás… Anoche tuve una visión, una gran visión. No entiendo cómo ni por qué, pero estoy al frente de un pueblo que me necesita y si he llegado hasta aquí arriba es porque puedo hacer mucho más. Necesito saber que hay una razón… un motivo-se detuvo-. Aquí vivimos muy cómodamente y quiero saber qué hay más allá y si hay alguien que me necesite, que nos necesite… debemos estar ahí.
-Pero señor…-contestó uno de los viejos amigos de Marcus, pensando que le había dado un arrebato de locura, y puede que así fuera.
-¡Que no se hable más! Preparadlo todo-les ordeno-. Emprenderemos el viaje por mar, cargad en un barco las provisiones necesarias y un gran cargamento de bayas.
La travesía duró exactamente 8 días hasta que divisaron tierra. Marcus apenas durmió en ese tiempo y no podía parar de pensar en qué se encontrarían. Ni él ni los demás tripulantes habían estado jamás tan lejos de su tierra, era un viaje a lo desconocido y esperaban que no desembocara en la nada. Para su suerte encontraron un viejo muelle en el que amarrar el barco y un curioso anciano se acercó a recibirlos.
-¿Quiénes sois?-preguntó asustado-, no queremos problemas.
-No traemos problemas, todo lo contrario. Os presento al rey Marcus, conocido por nuestras tierras como El Frío, que viene a presentaros sus respetos y provisiones para el invierno.
Tras un minuto de silencio, el anciano se dirigió a Marcus.
-¿De veras sois un rey mi señor?
-Solo para los que así lo creen-respondió con firmeza.
-En tal caso seguidme, en palacio estarán encantados de recibiros.
Esa nueva tierra en la que habían desembarcado era completamente opuesta a su pueblo. El suelo estaba cubierto por adoquines de piedra y las calles rodeadas de pequeñas casas y talleres. La gente parecía agradable y les miraban con simpatía, parecían muy felices. En una esquina había un hombre tocando un extraño instrumento de madera con cuerdas. A Marcus le fascinó la dulce melodía, nunca había escuchado nada tan armonioso. Antes de entrar a palacio observó en la distancia una gran extensión de árboles frutales y unos hermosos caballos corriendo a su alrededor. Jamás había visto un lugar tan idílico.
Por dentro, el palacio que en un principio le había parecido modesto, estaba lleno de elegantes cuadros y tapices. Las cortinas llegaban hasta el suelo tapando los grandes ventanales y al final de una enorme sala había dos tronos: uno era un poco más pequeño y había alguien sentado en él, el otro, estaba vacío. La figura sentada en el trono se levantó y se acercó a él, desvelando una belleza que Marcus no había conocido. La princesa del lugar tenía una larga cabellera dorada y unos ojos de un marrón claro e intenso, en su rostro destacaba la forma de unos labios rosáceos muy definidos y vestía una túnica azul que le cubría todo el cuerpo, realzando su figura y su pálida piel. Era muy hermosa.
-Bienvenidos amigos, permitidme que os de la bienvenida a nuestro reino. Soy la princesa Alasia ¿Qué os trae por estas tierras?
-Mi señora-respondió Marcus tras hacer una lenta reverencia- hemos venido del otro lado de los mares para ayudar a aquellos que lo necesiten a superar el invierno.
-Permitidme deciros que esa misión es digna de un rey-dijo sorprendiendo a Marcus, quien supuso que la princesa había hablado con el anciano antes de su llegada a palacio.
-Solo pretendo estar a la altura de mi gente.
-En ese caso creo que puedo confiar en vos.
Alasia dirigió a Marcus a otra estancia y le contó su historia. Años atrás, sus padres habían gobernado su tierra con honor. Eran tan admirados por su pueblo como él entre su gente. Un par de meses antes de su llegada, ambos fallecieron. Ahora ella era la única al mando de un reino que no podía gobernar sola y había mandado a sus más fieles consejeros en busca de un buen hombre que se uniera a ella, pero solo habían encontrado rufianes y tiranos.
-Ojala mi madre estuviera aquí- suspiró la princesa-… Las cosas han empezado a ir mal y no puedo seguir así. Vos parecéis digno de ayudarme a gobernar este reino. ¿Qué decís?
A Marcus le sorprendió la propuesta de la princesa. Le estaba pidiendo que dejara todo para ser el rey de un reino que acababa de conocer. El lugar parecía maravilloso, Alasia era encantadora y le había cautivado desde el primer momento y era una gran oportunidad para demostrarse a sí mismo que podía hacer grandes cosas. Aunque todo había sido muy precipitado, Marcus no pudo evitar pensar en ello y llegó a la conclusión de que la decisión no sería fácil. Por un lado estaba lo que dejaba atrás, pero por otro, lo que se perdería al no avanzar.
-Princesa… me encantaría ayudaros y conocer más este maravilloso lugar y a su gente, pero no puedo dejar atrás a mi pueblo.
-¡Unamos ambos reinos! Estaremos frente un gran imperio que se extenderá de costa a costa.
-No sé…-dudo Marcus- Es un gran proyecto, pero no podría dejarles. Tendría que quedarme con ellos y ayudaros desde ahí.
-Marcus, si me permitís llamaros así, si seguimos adelante con esto os necesito aquí-hizo una pequeña pausa-. No podéis estar en dos sitios a la vez.
El Frío se quedó completamente quieto, con los ojos puestos en el vacío. Las últimas palabras de la princesa habían causado un extraño efecto en él. Tal vez sí que podría… pensó mientras se imaginaba a sí mismo gobernando ambos reinos y mostrando a su pueblo de lo que era capaz, el poder que podía tener… No tardó en aceptar la propuesta de Alasia.
La coronación fue rápida y modesta a pesar de la gran cantidad de gente que se acercó a ver al nuevo rey. Los compañeros de Marcus estaban en un rincón mirando con incomodidad, no estaban muy seguros de que la nueva alianza de su rey fuera a traer nada bueno. Estaban a punto de irse cuando Marcus se les acercó.
-Amigos, sé que no estáis de acuerdo con mi decisión, pero no quiere decir que vaya a abandonar a nuestro pueblo.
-¿Y cómo vais a hacerlo, gran emperador?-preguntó uno de ellos con ironía.
-Seguidme-dijo con una sonrisa.
Marcus les condujo a través de la ciudad hasta el muelle en el que habían atracado a su llegada. Su barco y muchos otros habían sido llenados con un gran cargamento de piedras, además del que había en el suelo.
-¿Qué está pasando aquí? ¿Y las bayas?
-La mayoría están en nuestros almacenes y el resto de camino a las aldeas vecinas. No os preocupéis por eso, permitidme explicaros mi plan. Nuestro pueblo está demasiado lejos para que yo pueda estar constantemente yendo en barco de un lado a otro, por lo que vamos a construir un gran puente que conecte ambos territorios. Haremos cada mitad desde un lado diferente y ya he organizado dónde se unirán las dos mitades para que no haya errores. Así que poneos manos a la obra, que hay mucho trabajo, yo iré a supervisar la construcción desde el otro lado.
Con esas palabras se despidió y emprendió el viaje de vuelta a su tierra. Esta vez el viaje fue un poco más corto y estaba emocionado por las grandes noticias que iba a transmitir. Le recibieron con entusiasmo y escucharon con atención la historia de Alasia y del puente. A todos les ilusionó la idea de una princesa y se pusieron manos a la obra con el puente, dejando de lado cosas más importantes como la recolección de bayas para el invierno, algo muy próximo que Marcus había olvidado por completo.
Un mes después, el puente estaba listo en ambos extremos. La construcción había sido rápida y eficiente a pesar de la llegada del frío e incluso algunos niños habían decorado sus bordes con florecillas amarillas, moradas y rojas. Marcus admiró su obra con orgullo, era el puente que le llevaría a la gloria. Se dio la vuelta y miró a su pueblo con una expresión de felicidad que se le borró en segundos. Todos parecían muy contentos, pero algo iba mal. Tenían un aspecto frágil, estaban pálidos y cansados. Marcus miró al cielo y vio caer el primer copo de nieve sobre su hombro. A este le siguieron muchos más, había llegado el invierno.
-No puede ser…-se dijo a sí mismo- ¿Qué ha pasado con las provisiones, qué ha…?
Al darse cuenta de su error sintió que había dejado de lado a sus compañeros, a sus amigos. Empezó a correr por el puente, necesitaba huir, estar lejos. No se dio cuenta de que su pueblo le seguía, no se detuvo. Siguió corriendo hasta que divisó la silueta de la princesa Alasia al otro lado, esta fue en su encuentro seguida de su reino. Marcus se detuvo en el centro del puente cuando sintió un extraño temblor y el sonido del hielo al crujir. Era el suelo que pisaban, se estaba derrumbando lentamente y no había nada que hacer. En ese momento Marcus no miró a la princesa, sino que se dio la vuelta, descubriendo ante su horror que le habían seguido. El Frío derramó una sola lágrima por su pueblo antes de hundirse en las profundidades del gélido mar.
¿Seguir adelante o quedarse atrás?, no es fácil, pero ese es el trato. La distancia será quien lo juzgue.
Yolanda Mojena Wilce